Entre sabanas
- alexandertriana
- 17 abr 2013
- 8 Min. de lectura
Por: Alexander Triana
Bogotá cuenta con una zona de tolerancia que ha sido utilizada en muchas ocasiones para este tipo de trabajos periodísticos, pero la mayoría de los medios o periodistas que abordan estos temas, hablan del barrio Santafé, ubicado cerca a la Avenida Caracas con Calle 22 y alrededores, tras el Cementerio Central.
Las temáticas a tratar siempre son fundamentadas al placer y lujuria que se vislumbra en el lugar, pero ninguno ha tomado en cuenta a las mujeres que trabajan en este antiguo oficio como personas.
En esta oportunidad hablaremos de una joven, pero no tan inocente niña, a la cual llamaremos Paola, que trabaja en un “antro” en el centro de la ciudad, me expreso de esta forma porque el sitio no es como los acostumbrados a encontrar en el Santafé.
Los fines de semana muchos hombres se acercan a estos sitios porque la cerveza no es tan costosa, tienen un staff que no le envidia en nada a “La Piscina” o “El Castillo”, poca ropa y mucha sensualidad que satisface los deseos libidinosos de los asistentes.
En la entrada te reciben con el tradicional: “Chicas, chicas, chicas, show”, una requisa cuidadosa y un mesero que te invita a pasar, te ubica muy cerca a la pista o donde gustes, una vez acomodados, te hace la pregunta de rigor: “¿Qué van a tomar?”
Los amigos con quienes fui y yo, acordamos que tomaríamos aguardiente, la botella nos costó 70 mil pesos pero tenía el plus del ‘show de mesa’, al rato llega nuevamente con el trago en sus manos y lo destapa frente a ti mientras pregunta: ¿qué chica quieren para “el show de mesa”?, no te puedes negar y empezar a buscar entre las luces bajas a una mujer que satisface tu deseo morboso y tal vez esa fantasía de una danza erótica.
Confieso que era mi primera vez en este tipo de sitios, pero no importó porque estábamos con algunos traguitos y me animé por la curiosidad que invade a todo hombre. Cada recorrido que hacia mi cabeza por el sitio, era lo que se podría denominar bajo el adagio popular: “Caldo de ojo”.
Hasta que de repente apareció ella, con una mini falda de color fucsia ceñida a su esbelta figura, un sostén negro y sostenida por unos tacones puntilla que no le impedían el moverse sexualmente sugestiva, sus piernas torneadas, una cintura de infarto, un busto ni muy grande, ni muy pequeño pero del cual a primera impresión se duda si es operado, un cabello negro casi hasta su cintura y al verla de frente, algo curioso me paso, fue una impresión que le atribuí de primera entrada a los tragos.
Su cara era como la de una muñeca de anime japonés y con ese cuerpo, hizo que me temblara la voz, pero ella notó enseguida el impacto que causo en mí y tomó la iniciativa sacándome a bailar una salsa que estaba sonando, era el tema con el que la Orquesta La 33 se dio a conocer, uno de mis temas preferidos.
Tenía un olor particular, un dulce aroma a chocolate que era irresistible, su piel suave, tal vez por las cremas que usa, de repente, me estrellé de frente con unos ojos cafés, grandes, y con un brillo especial; una boca pequeña de labios delgados y con un rojo insinuante, en verdad abrumaba tanta belleza que me hizo pensar por un instante que hacía una mujer así en ese lugar.
Entre baile y charla, internamente sentí el valor para decirle que si quería hacer el show de mesa, ella contestó con esa voz sensual: “Sí”, de inmediato identifiqué su lugar de procedencia, así es, el tonito cantadito que a los hombres enloquece y yo no podía ser la excepción.
Empecé a dudar, mis emociones se transformaban en lujuria, pero nunca había estado en uno de estos sitios y menos con una persona que se dedicara al oficio más antiguo del planeta.
Ella se acercó a la mesa y saludo a los amigos con los que estaba, tomó un trago de aguardiente y empezó su show, de fondo se escuchaba ‘Cry for you’, un track de música electrónica que fue muy fuerte en el 2004, poco a poco se despojaba de las prendas que vestía y el contoneo de sus caderas era una invitación indirecta que pocos pueden resistir.
No digo que me enamoré, pero era imposible no sentirse atraído por una escultura hecha carne. Después de tres canciones, quedó como Dios la trajo al mundo, cubierta por la mirada impávida de los cercanos a la mesa donde nos encontrábamos, solo se me ocurrió alagarla por tan exquisita belleza y ella, con una sonrisa llena de picardía, me dijo: “Gracias”.
Ahora reconozco que fui un torpe, ella al mirarse al espejo sabe muy bien lo que tiene, y lo hermosa que es, no era necesario decirlo por no ‘demostrar el hambre’ que hasta el momento habitaba.
Mientras se colocaba su ropa de nuevo, empezamos a entablar una conversación, me atreví a preguntar su nombre y ella con esa sonrisa maquiavélica, me preguntó: ¿el verdadero o el artístico?... Unos cuantos segundos de silencio se apoderaron de mí, no sabía que responder y uno de amigos ‘salvo la Patria’, diciendo: el verdadero…
Ni corta ni perezosa le contestó a él con el nombre artístico y unos minutos más tarde, ya con la cabeza en su sitio, repetí la pregunta a su oído, ella me susurró pero no alcance a escuchar bien por la música del lugar que estaba algo fuerte, entonces sentí que estaba pasando algo, seguramente fue mi imaginación, o me tengo mucha confianza.
Terminamos la noche y no pasó nada, pero ya había conseguido su teléfono y lo guarde en mi celular con el nombre artístico que utilizó: Paola. Empecé a llamarla por curiosidad y como oficio del periodista en primera instancia, pero se estaba formando una relación de amigos, ella empezó a tener confianza en mí, no volví a visitarla en su sitio de trabajo, pero en ocasiones me encontraba con ella en un café ubicado en la Plaza de Lourdes, allí charlábamos como un par de personas normales, su vestimenta era más recatada y me confundía en ocasiones, pero me gustaba verla así.
Entre risas y chascarrillos, se daba la oportunidad a una historia muy común entre las mujeres que viven en este mundo del tráfico corporal, y que vista en vivo y en directo suele ser conmovedora, pero eso es parte de otra historia que no vale la pena contar por lo trillado del asunto.
Un día, estaba en mis labores normales de mí oficio, haciendo unas entrevistas para un programa de radio en el cual estaba en ese momento, de repente, sonó mi teléfono y el identificador me mostraba su nombre, contesté, y en su voz había algo diferente, quería que la viera en el ‘antro’.
Sabía que algo estaba pasando y ya había un cariño de amigo, le dije que pasaría al terminar mi turno, y al llegar allí, me brindó un abrazo y un beso en la mejilla, estaba tan bella como siempre pero sus ojos ya no brillaban; estaban opacos por el llanto, pregunté: ¿Qué te pasó?... Atónito esperando una respuesta, me dijo que la esperará y saliéramos a tomarnos unas cervezas en otro lado. Salió a los 15 minutos vestida como una mujer normal pero sensual, me tomó del brazo y salimos del sitio de su amargura.
Llegamos a un bar en Teusaquillo, cerca de varias universidades. Al llegar las horas de la madrugada, al vaivén de los tragos y el transcurrir del reloj, me dijo que no le dejara sola, no insistí esperando que de su boca saliera el hecho que la perturbaba y por no mortificarla, hasta que a eso de las 2 de la mañana, me tomo de las manos e hizo un comentario: “Gracias, eres una bella persona y un gran hombre”.
No quise responder nada y con un suspiro arrancó en llanto que me hizo sentir mal, impotente, abducido por la estupidez que nos caracteriza, pero me dedique a escucharla y creo que eso vale más que mil palabras.
Esa noche, ella había ido a trabajar normal, pero no contaba con que un familiar, fuese a llegar allí, por el mismo estilo del sitio. La sorpresa de su vida y lo peor, su primo no le dejo hablar y empezó a juzgarla sin contemplar si quiera que ella es una persona.
Lágrimas caían por su rostro, tomaba cerveza como si fuera gaseosa, desesperada y afligida por lo que le había pasado: Ese personaje le había llegado a decir que le pagaba lo que fuera ya que se dedicaba a ese oficio, se le notaba la rabia y el asco, de repente, continua su relato diciendo: “Cuando me negué, ya molesta, él dio la espalda y fue directo a buscar al dueño del local y quejarse por el servicio. Mi jefe supuestamente nos cuida pero este HP, me obligó a estar con él”.
Pasmado quedé, ya no quería beber y apreté sus manos con fuerza pero las palabras adecuadas no salían, de repente traté de ponerme en sus zapatos y unas lágrimas salieron inexplicablemente de mis ojos deslizándose por mis mejillas.
En seguida se levantó de la mesa y me pidió que la acompañara toda la noche, no quería estar sola, que saliéramos para una residencia sin que pasara nada, solo porque estaba destrozada; accedí… Salimos del bar, tomamos un taxi rumbo al Restrepo, allí, tomamos una habitación que pague y compramos algo de trago porque ella quería desahogarse y llorar hasta más no poder.
En mi cabeza se cruzó un pensamiento: ¿Acaso no ha tomado bastante? No le vi problema y al entrar a esa habitación, con la botella en la mano, la destapé y ella con esa mirada triste, ansiosa por un trago, que al tomarlo se derrumbo en llanto nuevamente, pero esta vez con mucha fuerza, lo único que pude hacer fue abrazarla y sentarme con ella en la cama.
Seguimos tomando hasta que ella terminó con apaciguar su pena, por lo menos por un rato, le dije que ya era hora de dormir y tomando mi mano me agradeció con un beso en la mejilla, unos segundos que cruzamos la mirada y de repente un acercamiento por parte de ella, seguramente fueron los tragos, yo la evite porque ante todo, la respeto y es una amiga, que por más bella que sea y el trabajo que tiene, es una mujer que vale… No hacían falta las palabras y aunque usted, se imagine que esa noche hubo sexo, le cuento que se equivoca.
Ante mi rechazo, me preguntó: ¿Por qué?, como decimos en muchas ocasiones, me habló en ‘letra pegada’ por su estado, y tan sencillo como decirle, no estás para esto, no te lastimes… Tú no me debes nada y para mí, vales como mujer…
Me abrazo fuerte y accedió a dormir, la abrace y presté mi pecho para que ella apoyara su cabeza y descansara, la consentí mientras dormía unos 15 minutos y quede profundo, amaneció y ya era hora de partir, ella tenía un dolor de cabeza increíble pero imagino que fue producto del alcohol y el llanto que había derramado, al salir de la habitación me dio un ‘pico’ en la boca y fue suficiente para saber que estaba agradecida y no esperaba más de un amigo.
Después de eso hablé con ella pocas veces y en una ocasión fui víctima de un asalto en donde perdí mi celular y su número, no volví a frecuentar el ‘antro’ y perdí su rastro, pero espero que todo en su vida marche bien…
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