top of page
Buscar
  • Foto del escritoralexandertriana

Salomón: una charla con la maldad

Su signo es capricornio, de 1978. Con 1,65 metros de estatura, alopecia en ciernes y algunos kilos de más: una imagen incompatible con la del sicario al servicio de la ilegalidad. Pero él mismo se encarga de recordarme el sumario de sus veinticinco años como asesino a sueldo: 37 paisanos, pero hay uno de esos tantos por lo que ha pagado una temporada en la cárcel y tiene libertad condicional.


Salomón –así prefiere que lo llamen, revelar su identidad es colocarse una pistola en la cabeza– me regala una mañana para conocer su historia. Mira el fondo del local durante varios segundos, lo despierta el saludo de un vecino, un mecánico que habla fuerte. Me dice que lo acompañe a una tienda a tomar tinto y vamos charlando de la entrevista. “El tinto acá es muy rico –insiste–. Siempre lo tomo en las mañanas”.


Su carrera delictiva comenzó en 1992, cuando su hermano le dijo que había un violador y que debían matarlo.


—A ese lo cogí a coñazos –aclara mientras tiene su vaso desechable de café en la mano –. Aunque suplicó, tocaba…


En los años ochenta y noventa, época en la que Salomón creció, los sicarios mataban para hacerle el quite a la pobreza y ganarse el respeto de sus compinches. Los profesionales de la muerte eran apenas adolescentes que despertaron miedo y repulsión, incluso simpatía y una esquiva admiración cuando comenzaron a trabajar para Los Extraditables, entre otros como la delincuencia común.


—Mis hermanos eran delicados. Unos manes calientes.


Dice Salomón, luego de comprar un café a un compinche que entró a la tienda hace un momento. De los seis hermanos viven cuatro. A dos los mataron cerca de su casa el mismo día. Aquel día Salomón se acercó a la multitud que rodeaba la escena del crimen, le contaron lo que sucedió. Uno de ellos tenía un disparo en el pecho que le cegó la vida al instante.


Por aquellos años, Salomón se convirtió en uno de los capos de la distribución de drogas en Bogotá. En una zona marginada por la pobreza y el abandono del Estado al sur de la ciudad. A sus veinte años, su prontuario era digno de admirar: homicidio, distribución de estupefacientes, tráfico de armas, y tentativa de homicidio.


Cuando terminamos el tinto, me pide que lo acompañe hasta su trabajo. En el camino le cuento qué es ser periodista en Colombia, lo más cercano a un oficio peligroso, y mal pago.


—Chimbo loco –dice un mecánico que saluda a Salomón– ¿Va a gastar tinto…?


Con otro tinto en la mano, Salomón cuenta que pasó 26 años y 18 meses, por haber matado a “una pluma”. “Un disparo en la frente, entre los ojos, a quema ropa y sin aspavientos”, dice. Crimen que lo llevaría a la Estación San Fernando de Bogotá, donde los oficiales no permitieran que viera a su madre, que le llevaba ropa y un par de jabones de baño.


— Ese día le dije a uno de los ‘tombos’ que si no me conseguía marihuana me hacía matar y que al primero que abriera esa reja lo asesinaba, así fuera como un león y pegándome a la yugular de esa persona. Los tenía tramados de locos.


Dice Salomón, que después de cinco días quedó confinado en la cárcel Modelo de Bogotá.

Salomón recibe una llamada. Su compañero le pregunta por y él responde con un ademán y un puchero. Continúa su relato sobre los ocho años que estuvo en diferentes cárceles del país. Fue beneficiado con la libertad condicional por haber estudiado parte del bachillerato. Cuenta que pasó dos años en la Modelo, dos meses en Cómbita (Boyacá), tres años en la cárcel El Barne (Boyacá) y el resto del tiempo en la Cárcel San Isidro (Popayán).


Con desparpajo dice que siempre le gustó el estudio y en la cárcel era de los que aprovechaba cuando llevaban libros para hacer su pedido, porque allá están encerrados. “Hay que quemar el tiempo de alguna forma” dice. Allí aprendió a trabajar la madera, hacer muebles, artesanías y los típicos dados de parqués que salen de las bolas de billar. Tuvo problemas con otros ‘clanes’, pero su fama y carácter le ayudaron a sobrevivir de las tantas veces que estuvo frente a la muerte.


El 7 de marzo de 1997 su padre murió accidentalmente. Estaba jugando ruleta rusa con un revolver, un tiro le perforó el cráneo, Salomón tenía 18 años de edad. Luego, hablamos de sus dos hijos que viven en Cali, un niño y una niña, que no puede ver. Son su bendición, a pesar de que hace años no los vea.


—La cosa más dura que viví mientras estuve allá encerrado fue cuando murió mi mamá. No me dejaron salir a despedirme de ella, pero me la llevaron a la Modelo. Estaba bien arregladita y se veía muy bonita.


Dice Salomón que su madre quería verlo afuera y no morir hasta que eso sucediera, que rogaba a Dios para ese fin, pero no se le dio y tuvo que despedirse de ella en mayo de 2006.

Cuando quedó libre, quiso hacer las cosas bien. Fue conductor de taxi. Intentó ser conductor del Sitp, en la entrevista la psicóloga revisó su hoja de vida –su prontuario–, no le dio el trabajo, a pesar de que se destacó en las pruebas.


Sin nada por hacer en el horizonte. Salomón miró hacia atrás. Volvió a delinquir.


Le pregunto por los cinco tiros que ha recibido en su vida. Son cinco, uno de ellos le atravesó el pene, otro quedó anclado en el costado derecho de su cuerpo, el que le perforó su intestino y lo hace retorcer de dolor en algunas ocasiones cuando duerme y después de comer.


De su condena le queda algo más de siete años por cumplir. Afirma que no se arrepiente de nada, que de todo esto aprendió, que esta fue la vida que le tocó vivir. Lo único que tiene claro es que quiere terminar el bachillerato.


Lo miro a los ojos para lanzarle mi última pregunta, sé que ya decidió viajar a un país vecino como ilegal para “trabajar” en lo que mejor sabe hacer.


— ¿Qué le ha enseñado la vida?


― Uno se ha luchado mucho. Se ha enseñado a perder, pero lo que realmente me importa, es que debo seguir luchando por mí, por los que quiero, por mi actual pareja y que ojalá algún día pueda sentarme y hablar con mis hijos de todo esto, porque no fui tan malo y he querido hacer las cosas bien, solo que no se me ha dado.

7 visualizaciones0 comentarios

Entradas Recientes

Ver todo

El Combo de Tu Perra, el terror de Usme tras las rejas

El Combo de Tu Perra nace en Usme, pero su líder muere presuntamente a manos de quien es ahora el cabecilla de la organización, Daniel Alberto Mateus Olivares, reconocido con el alias de “Beto”, sindi

bottom of page